«Empecé de forma tímida participando en eventos, donando dinero y comprándoles a las emprendedoras. En definitiva, ejerciendo mi poder en el consumo responsable. Tiempo después, ofrecí mi tiempo como voluntaria». Así comienza a explicar Marcela Recalde su forma de vivir.
Donde otros dicen que no, ella y Lucila Decoud dicen sí, sin dudarlo. Asienten con seguridad a la posibilidad de salir adelante, a la de mejorar la propia vida y la de la comunidad a la que pertenecen. Porque entienden que aún hay una brecha de oportunidades importante entre hombres y mujeres, de índole laboral y de desarrollo personal cuando, incluso, el cuidado de los hijos y nietos y la administración del hogar recaen en mayor medida en las mujeres de El momento en que todo cambióla familia. Ellas eligieron como forma de vida el trabajo con mujeres de barrios vulnerados.
El momento en que todo cambió
Ambas egresadas de la Universidad de Buenos Aires -una es economista y la otra licenciada en administración de empresas-, se conocieron trabajando en equipo y con un mismo obejtivo: que las mujeres que tienen un proyecto para realizar ellas mismas tengan la libertad de hacerlo. Para quienes nacen y crecen en barrios marginales, esos grados de libertad se traducen en libertad económica, de discernimiento y de decisión. «Creemos en la solidaridad a pesar de que las circunstancias sean difíciles, porque la confianza es la base de una sociedad más justa. Y la educación es necesaria para todo cambio trascendente», dice Decoud. Capacitar para emprender, enseñar herramientas de gestión, fortalecer los vínculos, armar redes de apoyo; Así es el trabajo de Marcela y Lucila,con el interés fijo en priorizar las relaciones humanas.
Después de aquellas primeras experiencias de consumo responsable de Marcela, ella reconoció una sensación que aparecía por primera vez en el campo profesional: una coherencia entre lo que decía, hacía y sentía. «Fue entonces cuando mi trabajo y los valores que me guían como persona se hicieron uno. Por eso acepté con gran alegría la propuesta para dedicar mi saber y mi corazón en este proyecto», explica Recalde. Y asegura que toda la energía y esfuerzo que dedica a la labor cotidiana, le vuelven como un boomerang y la impulsan a seguir avanzando.
Por su parte, Lucila Decoud -que se volcó hacia el trabajo social hacia el final de su carrera, justo cuando se empezaba a plantear qué rumbo profesional quería tener- siente que nada mejor que una frase del pensador chino Confucio para representar lo que significa para ella trabajar en este tipo de proyectos: Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida. «Es gratificante despertarme todos los días con ganas de hacer lo que hacemos. Apuesto a que la economía tiene que tener un rostro humano, que las verdaderas transformaciones se hacen de manera conjunta y apuesto que desde la sinceridad, el profesionalismo, el respeto y la dedicación se puede apostar a una sociedad más justa y participativa», dice con estusiasmo.
Con la frente en alto
Patear el tablero
Trabajar con mujeres de barrios vulnerados implica hacerles patear el tablero. «Sus miradas se fijan el piso, tienen una actitud sumisa frente a las reglas. Esto hace que todo se acepta tal cual es y no se cuestiona. Piensan individualmente, sin poder exponer sus problemas frente al grupo. A medida que pasa el tiempo, la confianza intrínseca en el grupo va aumentando y se fortalece como un espacio de pertenencia. Esto las habilita a cuestionar reglas establecidas y redefinir juntos y de manera democrática nuevos procesos. También se comparten dificultades y se buscan soluciones de manera grupal. Semejante cambio es un gran impulso para aumentar su autoestima y convencerse y convencer al resto del grupo que sí se puede mejorar y desarrollarse», asegura Decoud.
Los momentos en los que se presentan obstáculos y dificultades son el quiebre para dejar la solidaridad como algo testimonial e ingenuo y pasar a la acción. «Cuando dejamos de lado nuestro bienestar por el del otro es que hacemos carne el valor de esta palabra y nos volvemos solidarios en ejercicio. Es un medio costoso, no gratuito. No deja de sorprendernos cómo las mujeres que forman parte del proyecto logran ser más y más solidarias. Se entregan para darlo todo y mitigar la situación adversa de su par», concluye Decoud.
Junto a Agustina forma parte de la de la asociación civil Nuestras Huellas, que tiene 15 años de historia y que hace diez decidió trabajar bajo la modalidad de bancos comunales (formado por vecinos del barrio que ponen ahorros para convertirse en un grupo que otorga préstamos, bajo determinadas condiciones y con el asesoramiento de la entidad de microfinanzas). Hoy, acompañan a más de 700 mujeres emprendedoras de Gran Buenos Aires Norte -San Fernando, Tigre, San Isidro, San Martín, San Miguel, José C. Paz, Malvinas Argentinas, Escobar y Pilar- a través de diferentes canales. Los logros de las emprendedoras probablemente sean un reflejo de la responsabilidad y meticulosidad con la que trabajan en la asociación que, el año pasado, recibió el Premio Propulsar 2017 «Impulsando Ideas Innovadoras» y que este año tiene abiertas las inscripciones para organizaciones que trabajen en el sector social.
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Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/una-pequena-iniciativa-se-transformo-en-la-forma-de-vivir-que-les-hace-bien-nid2147280/